Un estudio sugiere que la utopía se jode a partir de 150 personas




¿Cuántos individuos forman la comunidad ideal? ¿cuándo empieza a ser contraproducente soportar a nuestros congéneres? La ciencia se moja.
 
A poco más de una hora de Nashville (Estados Unidos), una pequeña empresa tecnológica se dedica a producir y vender contadores Geiger, esos aparatitos que crepitan cuando detectan ciertas dosis de radioactividad. Lo curioso de esta empresa, S.E. International Inc., es que se trata de un proyecto nacido en una de las comunidades intencionales más longevas de EE UU, The Farm.
Fundada en 1971, es una de las muchas comunidades utópicas creadas en EE UU a lo largo del siglo XX, al calor de los movimientos contraculturales de los años 60 y 70 y herederas de la prolífica y poco conocida tradición comunal estadounidense del siglo XIX y principios del XX, cuando eclosionaron proyectos idealistas de todo color, desde refugios cristianos utópicos, como las colonias harmonitas, hasta colectividades socialistas libertarias, pasando por cooperativas fourieristas. La mayoría de aquellos empeños fracasaron.
The Farm se acerca ya al medio siglo de vida con relativa estabilidad. Además de ensamblar contadores Geiger, imprimen libros sobre cocina vegetariana, imparten cursos para comadronas, cultivan y venden soja y derivados… Con sus más y sus menos, todo en un clima de cierta espiritualidad compartida, organización democrática, amor por la naturaleza... En fin, una vida buena, el ideal de cualquier ecoaldea que se precie.
Dunbar se sintió listo para hacer una predicción: de acuerdo al tamaño de nuestro neocórtex, las personas deberíamos tener un límite aproximado de 150 congéneres para tejer lazos sociales estables
¿Alguna particularidad? Por si acaso, les hemos preguntado cuánta gente vive de manera estable en su comunidad. Desde Summertown, donde resiste apacible The Farm, Douglas Stevenson, uno de los responsables de su empresa de comunicación, nos ha dado una cifra redonda: “Tenemos aproximadamente 150 miembros registrados”. ¡Bingo!
Un cerebro para relacionarte con 150 personas
A principios de los años 90, un antropólogo británico, Robin Dunbar, se tiraba a la piscina con una predicción atrevida. Dunbar llevaba tiempo midiendo el tamaño relativo del neocórtex cerebral de los primates y había observado cierta relación con el tamaño que eran capaces de alcanzar sus grupos sociales. Con estos mimbres, Dunbar se sintió listo para hacer una predicción: de acuerdo al tamaño de nuestro neocórtex, las personas deberíamos tener un límite aproximado de 150 congéneres con los que podríamos tejer lazos sociales estables. Había nacido el famoso “número de Dunbar”.
Eva Garnica de Cos es psiquiatra, tutora principal de residentes de Psiquiatría en la Red de Salud Mental de Bizkaia y una de las impulsoras de las Jornadas Nacionales sobre Evolución y Neurociencia y nos explica cómo afecta el tamaño de tu neocórtex a tu capacidad para gestionar followers y likes: “Viene a decir que, por el tamaño de nuestro neocórtex, podemos relacionarnos realmente con unas 150 personas, que por mucho que tengamos 1.000 seguidores en Twitter no nos vamos a relacionar de verdad más que con unos 150 a nuestro alrededor”.
Cristina Acedo Carmona, investigadora de la Universitat de les Illes Balears en Cognición y Evolución Humana, explica el punto de partida de esta idea de Dunbar: “Él hablaba de la hipótesis del cerebro social: la presión social [en lugar de la presión ambiental ecológica] sobre los individuos para mantenerse en grupos estables fue lo que les llevó a desarrollar ciertas capacidades cognitivas”.
Su hipótesis ha sido testada en varios contextos sociales diferentes y, sí, curiosamente parece cumplirse en muchos ámbitos humanos y en épocas diferentes. Diferentes registros arqueológicos estiman que las aldeas neolíticas rondaban los 150 habitantes; grandes empresas, como el gigante textil GoreTex, organizan su producción con unidades de unas 150 personas trabajadoras; estructuras militares modernas siguen ese mismo patrón; y muchas poblaciones cazadoras-recolectoras también se organizan, todavía hoy, en grupos de dimensiones parecidas, decena arriba, decena abajo.
También se ha observado que otros tamaños de redes sociales humanas se repiten de manera desproporcionadamente alta: grupos humanos de 50, 150, 500 y 1.500 personas se observan una y otra vez, y se muestran cohesionados durante más tiempo.
Algunas clasificaciones antropológicas encajan con estos números: tras estudiar 20 sociedades cazadoras-recolectoras contemporáneas, Dunbar y sus colegas encontraron que las bandas solían tener algo más de 40 individuos, los clanes rondaban los 127, las megabandas aglutinaban a unas 566 personas y las tribus congregaban a unas 1.700 almas.
Del utópico siglo XIX al kibutz israelí, Dunbar ha recabado y analizado datos de fundación, duración, escisión y desaparición de tres modelos de comunidades intencionales
Teniendo en cuenta cierta holgura de las horquillas estadísticas, los números de Dunbar parecían encajar. Y además, en las comunidades de mayor tamaño, parecen subsistir capas fractales funcionales, con redes sociales menores, pero que también se ajustan a estos tamaños.
No obstante, Cristina Acedo aclara que “no es un número mágico, aún está por demostrar y él todavía busca evidencia para mantener estos números”.
Del grupo preagrícola al videojuego online
Observar la vida de poblaciones cazadoras-recolectoras, sociedades no solo preindustriales, sino preagrícolas, es una de las pocas formas que se nos han ocurrido hasta ahora para vislumbrar cómo pudo ser la humanidad durante los dos millones de años de evolución anteriores a este suspiro que llamamos “civilización”.
No siempre se cumple, pero si algo sirvió durante cientos de miles de años, quizá nuestro cerebro siga adaptado a funcionar de aquella manera. Si esto es así para nuestra capacidad de tejer redes sociales, tal vez, en efecto, solo podamos tener vínculos estables, prolongados y funcionales con unas 150 personas. El círculo se reducirá si contamos lazos más estrechos y se amplía si aceptamos relaciones con menor apego, una sucesión de capas fractales que se cumple incluso en las relaciones virtuales, como en los videojuegos online.
Ahora, Dunbar acaba de publicar otro artículo, y esta vez ha medido la talla de tres tipos de comunidades política y económicamente muy diferentes, pero que comparten algo: fueron fundadas con una idea intencionalmente utópica. ¿Estás pensando en recuperar una aldea abandonada junto a tus compañeras? ¿Tal vez estáis valorando la idea de liberar ese viejo edificio de tu barrio propiedad de un banco? Esto es para ti.
Del utópico siglo XIX al kibutz israelí, Dunbar ha recabado y analizado datos de fundación, duración, escisión y desaparición de tres modelos de comunidades intencionales: las fundaciones idealistas del siglo XIX en EE UU —laicas y religiosas—, las colonias huteritas —comunidades protestantes anabaptistas, pacifistas y antijerárquicas, como los amish o los menonitas, que huyeron de Europa cuando se extendió el servicio militar obligatorio—, y los kibutz —las granjas comunales israelíes—.
Los datos, una vez más, muestran ciertos paralelismos constantes con las cifras pronosticadas por Dunbar y registradas en sociedades preagrícolas.
Si crecen, habrá escisión
Por ejemplo, muchas comunas decimonónicas estadounidenses compartían un censo similar al de bandas y clanes —50 o 150 miembros aproximadamente— y, además, los grupos que tenían este número de personas en el momento de su fundación fueron los que pervivieron más tiempo.
Algo similar ocurría con las colonias huteritas: aquellas que se alejaban demasiado de las 50 o 150 almas fundadoras, por ejemplo porque tenían 100 fieles en su arranque, tenían mayor probabilidad de fisión temprana; ademas, cuando crecían demasiado por encima de 150 creyentes, se producía una escisión que generaba dos congregaciones de aproximadamente 150 y 50 huteritas, de nuevo dos tamaños estables predichos en nuestra prehistoria.
Y los datos de los kibutz siguen el mismo patrón: en su fundación contaban con una media de 468 personas, el tamaño casi clavado de una megabanda preagrícola, los kibutz más pequeños no bajaban de 150 habitantes, y cuando crecían empezaban a perder miembros al acercarse a las 470 personas en la granja, de nuevo muy cerca del número estrella de Dunbar y del tamaño de las megabandas ancestrales.
Según publican Dunbar y su equipo, esto “sugiere que hay tamaños óptimos para las comunidades, los cuales se concentran en los valores de 50, 150 y 500” personas.
El entorno y las aspiraciones de cada colectivo pueden inclinar la balanza hacia uno u otro lado: por ejemplo, el mayor tamaño de los kibutz puede estar reforzado por el arraigo que tienen en una estructura económica local bastante desarrollada, que necesita más fuerza de trabajo. En cambio, el credo huterita experimenta escisiones al superar por demasiado el umbral de 150 miembros, tal vez, porque ese es el tamaño límite hasta el que puede mantenerse cohesionada su comunidad sin necesidad de leyes formales o una fuerza policial que imponga la disciplina.
Este censo de 150 personas bien cohesionadas coincide, curiosamente, con el tamaño de una familia completa en comunidades con una fertilidad no limitada: partiendo de una pareja fundadora, el número de ancestros y descendientes que llegan a conocerse en algún momento de sus vidas anda por las cinco generaciones y suma, voilà, 150 parientes vivos o conocidos personalmente por alguien vivo de la familia.
Reza para que tu grupo perdure
Tanto en el caso de los kibutz como en el de las comunas del siglo XIX, aquellos grupos con intencionalidad religiosa fueron más longevos que las seculares. El papel de la religión como elemento cohesionador ha sido ampliamente estudiado: un dios moralizante actuaría como policía invisible para mantener el orden en caso de que el grupo crezca y los lazos amenacen con debilitarse.
Además, las comunidades religiosas también pueden ser más exigentes a la hora de entrar en ellas, demandan renuncias mayores y tienen mayores costes de mantenimiento, por ejemplo mediante el requerimiento de participar en ritos diarios o semanales, pero que ablandan al individuo para aceptar mejor los estresores de la vida comunal (artículo, artículo o artículo).
Si no quieres que tu comunidad sea religiosa, quizá tengas que pensar en reforzar algunas alternativas. Acedo señala que sus investigaciones, muy volcadas en las redes de confianza, muestran la influencia de ese valor en la fortaleza de los grupos. Así, por ejemplo, sus análisis comparativos entre sociedades de Ghana y Oaxaca mostraron que “dependiendo de las necesidades del grupo los tamaños pueden variar: en Ghana, un medio más duro, más hostil, las redes de confianza y de cooperación eran un poquito más grandes”.
En resumen, si Dunbar tiene razón, parece que puede haber unas dimensiones óptimas para las colectividades: 50, 150 y 500 personas. Más allá de estas cifras, aumenta el riesgo de escisiones y desistimientos. Interesante, ¿no? Pues ya puedes compartir este artículo con tus 1.500 contactos de Facebook, aunque solo tengas verdadero rollo con 150.

Fuente: https://www.elsaltodiario.com/ciencia/estudio-utopia-se-acaba-a-partir-de-150-personas - Imagenes: PsicoPico

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