Las miserias del capitalismo verde: Tercera Parte

Tras la Paradoja de Jevons y la desmaterialización de la economía, hoy toca hablar primero sobre uno de los productos estrella del capitalismo verde, los agrocombustibles, para a continuación abordar un fenómeno relacionado con ellos, el acaparamiento de tierras, una práctica que, si bien se remonta a épocas en las que los poderes coloniales se repartieron el continente africano para alimentar con sus recursos las economías occidentales, el proceso no se detuvo ahí, sino que ha continuado con la colaboración de las nuevas élites gobernantes, que lo justifican como ‘proyectos de desarrollo’ mientras disfrutan de la protección y el apoyo de los Estados implicados. De esta manera, cientos de miles de campesin@s y pueblos indígenas han seguido trabajando la tierra en zonas marginales, mientras que las tierras más ricas en minería y agricultura son, cada vez más, controladas por unos pocos.

Por: Jesús Iglesias

     Desde hace unos años, la búsqueda de terrenos cultivables vírgenes para producir más alimentos y agrocombustibles ha provocado nuevas olas de expropiaciones de tierras que, tras una crisis alimentaria global caracterizada por los elevados precios de los alimentos, se han saldado con expulsiones masivas de campesin@s, nuevas formas de control por parte de los monopolios sobre la tierra y el agua, y proliferación masiva de monocultivos y megaproyectos. Lejos de ser una alternativa a los hidrocarburos, los agrocombustibles reclaman una gran cantidad de gas natural, petróleo y carbón, acaban con las cosechas tradicionales, dañan seriamente los suelos y precisan grandes cantidades de agua. El modelo acompañante genera, de esta forma, graves impactos sobre la vida agrícola e implica fuertes retrocesos en materia de soberanía alimentaria y preservación de la biodiversidad.
Agrocombustibles: todo un símbolo del capitalismo verde
     El fuerte desarrollo de los agrocombustibles se debió, en primera instancia, a la alarma creada por la alta dependencia de los hidrocarburos, pero también al incremento gradual de los precios de los combustibles tradicionales y a la preocupación creada por el pico del petróleo (que tuvo lugar entre 2005 y 2015 según la Agencia Internacional de la Energía). Todo ello ha impulsado una búsqueda activa de alternativas que faciliten el crecimiento sin considerar demasiado tanto los impactos ambientales como el agotamiento de recursos existentes. Efectivamente, el transporte motorizado en la UE se apoya especialmente en el gasóleo (EEUU es más proclive a la gasolina), por lo que el cumplimiento del objetivo europeo del 10% de agrocarburantes en el transporte para 2020 (Consejo Europeo de marzo de 2007) implica, a la fuerza, una importación masiva de biodiesel o de aceites para fabricarlo. El oro a la mayor productividad se lo lleva la palma aceitera -fruto tanto de un menor coste de explotación como de la manifiesta debilidad de las instituciones medioambientales en el Sur-, por lo que es de prever un aumento significativo tanto de la deforestación de bosques como de la explotación de personas en los países tropicales exportadores de agrocombustibles, pues el aceite de palma, además, de producir cuatro veces más biodiesel por hectárea que, por ejemplo, la colza, crece en lugares donde la mano de obra es más barata.
     Los objetivos obligatorios establecidos por la UE para agrocarburantes no podrán ser cumplidos sin provocar fortísimos impactos socioecológicos en los países del Sur, por lo que es fundamental pedir su inmediata cancelación y reclamar en su lugar objetivos obligatorios de reducción de la movilidad individual motorizada y la eliminación de los subsidios para biocombustibles importados del Sur en la UE, pues no representan una fuente de energía limpia y eficiente; aparte de intensas deforestaciones, incendios, fumigaciones, etc. (lo que aumenta las emisiones de gases de efecto invernadero, agravando el cambio climático y los impactos humanos: desplazamientos, desposesión de tierras, laborales, etc), implican el consumo de una enorme cantidad de agua si atendemos a todo el ciclo de producción (desde el riego hasta la refrigeración durante el procesado).
     Los biocombustibles no sólo no son una alternativa a los combustibles convencionales -ni mucho menos sirven para paliar el cambio climático-, pues no pueden -ni de lejos- sustituir el forzoso descenso de oferta de petróleo (y gas) para la próxima década. Tal como indica Carlos de Castro, reemplazar el déficit de petróleo en ese plazo implica, por ejemplo, la construcción de tres mil centrales nucleares (en la actualidad hay unas 450), algo inviable pues aceleraríamos el pico del uranio de forma drástica. Las energías renovables, por su parte, presentan claros límites físicos y ecológicos: producen electricidad, principalmente -que representa en torno a una quinta parte de nuestro consumo energético- y precisan de las correspondientes infraestructuras de electrificación a gran escala, cuya puesta en marcha llevaría décadas[1]. Por otra parte, la sugerencia que lanza Lester Brown, “deben encontrarse otras alternativas a los combustibles, pero tengan por seguro que no hay otra alternativa a la comida”,[2] implica necesariamente, un cambio de modelo, pues el problema de fondo no son los agrocombustibles, sino la desmesurada cantidad de automóviles, camiones y aviones en movimiento. Incluso desde un enfoque social y ambiental adecuado, convendríamos en afirmar que los biocombustibles pueden satisfacer parte de las necesidades energéticas, en particular de las comunidades locales, pero en cualquier caso fuera de este modelo industrial, carente de toda medida, petrodependiente, y basado en el monocultivo, en el uso masivo de insumo externos, en el empleo de transgénicos, en la mecanización y en la exportación. Al exceso de tierras (así como de agua y otros recursos naturales) dedicado a soportar -vía piensos para ganado- nuestras dietas altamente cárnicas, estamos sumando las empleadas para alimentar también el indecente consumo energético al que nos entregamos a este lado del globo. No olvidemos que si los países europeos como España pueden permitirse el lujo de exportar cereales y carne es porque importan grandes cantidades de oleaginosas de países donde hay hambre.
     Dicho esto, parece claro que ‘autolimitación’ es la palabra clave para llevar a cabo un uso sostenible de la tierra -no sólo como productivo básico, sino también como sistema vivo-, que pasa obligatoriamente por una fuerte reducción tanto de la movilidad individual motorizada (transitar hacia la prevalencia del transporte colectivo y no motorizado) como del consumo de carne (transitar hacia la prevalencia de dietas con fuerte presencia de alimentos correspondientes a los primeros escalones de la pirámide alimentaria, es decir, más vegetales y legumbres, y menos carne y pescado).

Acaparamiento de tierras y de agua
     Como decimos, la obtención de agrocombustibles requiere tanto extensas cantidades de tierras como de agua, las cuales son obtenidas por las grandes empresas a través de procesos de privatización, mercantilización y apropiación de bienes comunes y que, conviene que haga notar, repercute principalmente en las mujeres, pues son las que habitualmente cultivan la tierra para alimentar a sus familias. En muchos países africanos, la perversa tradición según la cual las mujeres no pueden ser propietarias de las tierras que trabajan se une al continuo expolio de las multinacionales.
     Según un informe de la organización no gubernamental Grain de 2016, son ya cerca de 500 casos de acaparamiento de tierras por todo el mundo, incluidos sonados fracasados como el proyecto Daewoo en Madagascar o Herakles en Camerún. Aunque el colapso de 2008 forzó una  disminución en el crecimiento del número de negocios cerrados en torno a las tierras agrícolas, el acaparamiento global de tierras está lejos de terminar, se expande a nuevas fronteras e intensifica los conflictos en todo el mundo. El impacto del cambio climático, dicho sea de paso, agrava la situación pues, además de provocar fuertes pérdidas en las cosechas (algo que hemos constatado recientemente en Filipinas, donde se multiplican los agricultores mendigando en las calles en busca de alimento) está continuamente realimentado por el transporte motorizado, que emplea la quema de carbón y petróleo, y por el sistema industrial de producción de alimentos. En base al expolio de tierras, nuevos acuerdos de gran extensión y largo plazo se siguen firmando con las élites de países empobrecidos, como la palma aceitera y el avance de los fondos de pensión y conglomerados comerciales para asegurar el acceso a nuevas tierras agrícolas. “Ganar el acceso a las tierras agrícolas es parte de una estrategia corporativa más amplia para obtener ganancias en los mercados del carbono, recursos minerales, recursos hídricos, semillas, suelos y servicios ambientales”.[3]
     En este atraco legalizado no sorprende la aparición de nuevos actores provenientes del sector financiero, interesados ahora en obtener ganancias a costa de los verdaderos pesos pesados entre los inversionistas institucionales: por un lado los fondos de pensiones, fuente de la mayor parte del capital detrás de las compañías que están ‘comprando’ tierras agrícolas en buena parte del planeta, y por otro las instituciones para el desarrollo, otro grupo importante de nuevos protagonistas en el sector de las finanzas, parientes -pero con un visible ánimo de lucro- de las agencias de ayuda para el desarrollo. En tanto que la actividad agrícola es vista como una inversión de riesgo, las empresas deben acudir al financiamiento de unas agencias que, con el dinero de los contribuyentes, invierte en el negocio del acaparamiento de tierras. Sin su participación, el número de negocios en tierras sería notablemente menor.
     Y si hablamos de finanzas, obviamente no podemos pasar por alto los paraísos fiscales, cuyo papel en el acaparamiento de tierras agrícolas actual es realmente importante. En Mozambique, por ejemplo, casi todas las empresas que acaparan tierras están registradas en Mauricio. Estas estructuras extraterritoriales pueden ser legales, ocultar la corrupción, impedir que se conozcan los verdaderos dueños y permitir a las compañías que evadan el pago de impuestos. A todo esto ya no llama mucho la atención el hecho de que compañías que acaparan tierra no tengan demasiado interés en la actividad agrícola, sino que más bien parecen creadas para lavar dinero, evadir impuestos o estafar a la gente con sus ahorros, como son los casos de la African Landa Limited (Reino Unido) en Siera Leona o de Karaturi (Kenia) en Etiopía. Aparte de José Manuel Soria, no fue una gran sorpresa ver los nombres de muchos inversionistas en tierras agrícolas en los tristemente famosos Papeles de Panamá.
     Con unas pocas excepciones, las adquisiciones de tierra incluyen también las de agua, de modo que un recurso abierto y al alcance de tod@s se transforma en un bien privado cuyo acceso debe negociarse según la capacidad de pago. El acaparamiento de aguas se manifiesta en formas diversas; extracción para grandes monocultivos (que se basan en la aplicación de prácticas productivas industriales y orientan la agricultura hacia la maximización de los beneficios), producción industrial de alimentos y combustibles o construcción de represas fluviales para la energía hidroeléctrica.
     Efectivamente, un número alarmante de explotaciones de alto consumo de agua están instalándose en zonas de conflicto: aguas arriba de las comunidades dependientes de agua o sobre reservas no renovables de agua subterránea. Esto hace que cuando golpea la sequía, las comunidades que viven cerca de las plantaciones ven restringido su acceso al agua, como ocurre en la actualidad en regiones que viven cerca de nuevas plantaciones de caña de azúcar en Camboya o en el Valle del Bajo Omo (Etiopía).
     La próxima y última entrega de esta serie tratará sobre la impronta del dogma neoliberal en la economía y en concreto en la estrategia destinada a resolver la contradicción entre desarrollo económico y protección del medio ambiente. El capitalismo verde se presenta así como una manera de recuperar las tasas de beneficios, de seguir creciendo de forma ilimitada y de consolidar la hegemonía de los lobbies energéticos fósiles mientras se ignoran de forma descarada los aspectos ecológicos y el inminente agotamiento de recursos.

Notas:
[1] Carlos de Castro, Colapso y transición de nuestra civilización: defensa del gaiarquismo .
[2] Lester Brown, Los supermercados y las estaciones de servicio ahora compiten por los mismos recursos (Artículo).
[3] GRAIN, El acaparamiento global de tierras en 2016 .
Fuente: - Menos es más - Imagenes: ‪EL ASOMBRARIO & Co.‬ - ‪ceicunoi.wordpress.com‬676 × 450

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