Hacia una economía saludable

La crisis ecológica revela, ante todo, el callejón sin salida político, cultural, filosófico y espiritual en el que ha caído nuestra civilización. La guerra que libran nuestras sociedades ‘modernas’ contra la Tierra es el reflejo de la guerra que libran los países ricos contra su conciencia.

Condicionado por la ideología del consumo y prisionero de la fe ciega en la ciencia, nuestro mundo busca una respuesta que no contravenga su deseo en crecimiento exponencial de objetos servicios sin perder la buena conciencia.

El concepto ético de ‘desarrollo sostenible’ ha respondido inicialmente a esta esperanza. Pero el término debe volver a su sitio, es decir, el de los tópicos trillados.
Cada vez que aportamos una respuesta inadecuada a un problema lo amplificamos globalmente, aunque en apariencia nos proporcione un alivio pasajero. Si las soluciones técnicas son importantes, nuestro deber es acomodarlas a nuestras opciones democráticas. Nada hay más humano que la búsqueda de sentido.
El decrecimiento sostenible y convivencial no permite hacer trampas. Nos impone mirar de frente la realidad y existir en todas nuestras dimensiones para tener capacidad de afrontar lo real y tratar los problemas.
Frente a los demoledores discursos sobre la mercantilización del mundo, las bestialización de nuestras existencias y la sumisión a las ideologías dominantes, nuestro planeta nos remite continuamente a una reflexión sobre la condición humana. De hecho la nave espacial biológica Tierra nos invita a vivir con plenitud nuestra humanidad.

Prólogo del libro ‘Objetivo decrecimiento’ escrito por Bruno Clémentin y Vicent Cheynet.

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