Por qué no pasa casi nada con el cuidado del Planeta

Luis Razeto M.

Los problemas del planeta tierra, provocados por la actividad humana, son muy serios. Cada vez hay más evidencia científica sobre el cambio climático, los desequilibrios ecológicos y el deterioro del medio ambiente, producidos por el modo en que crece y se expande la economía y la sociedad sobre la tierra.
Los efectos ya se dejan sentir sobre la población, que se ve afectada por cada vez más frecuentes y graves desastres (incendios de bosques, aluviones, inundaciones, sequías, etc.). Se sabe que continuar por el mismo camino conducirá en algún momento no muy lejano a una verdadera catástrofe ambiental y demográfica que afectará a toda la especie humana. Lo sorprendente es que, si bien aumenta el conocimiento científico y la conciencia social sobre todo esto, nuestras sociedades no cambian de rumbo y se persiste en crecer, producir, consumir y vivir de los mismos modos en que se viene haciendo, con tan graves y evidentes consecuencias.
Cabe preguntarse ¿por qué no pasa casi nada con el cuidado de la tierra y de la vida? Encontrar respuesta a esta pregunta es fundamental, pues sólo conociendo la causa es posible removerla, o al menos, actuar seriamente para reducir sus efectos de modo sustancial.
Lo primero es que todos piensan que los responsables (o culpables) del deterioro ambiental son ‘otros’. Los pobres piensan que son los ricos, que despilfarran bienes y sobreexplotan los recursos naturales y la energía. Los ricos piensan que son los pobres, que no cuidan su ambiente y se multiplican de manera excesiva. Estados Unidos y los países europeos responsabilizan a los países subdesarrollados y emergentes (China, India, Paquistán, Brasil, etc.); los países emergentes y menos desarrollados lo atribuyen a los países más ricos. Los consumidores piensan que la culpa es de los productores, especialmente de las grandes empresas y corporaciones; los productores y las empresas sostienen que ellos no hacen más que atender las demandas de los consumidores, que serían los responsables últimos de lo que producen.

Los poderosos y los ricos difícilmente harán algo serio y consistente para enfrentar el deterioro de planeta, porque piensan que ellos están protegidos por su poder y su riqueza, y que en el peor de los casos, serán los últimos en ser afectados

Lo segundo es que todos piensan que las decisiones y acciones que podrían detener el deterioro deben tomarlas ‘otros’, no ellos mismos. Los ciudadanos piensan que es el Estado el que debe regular a las empresas e impedir que los responsables continúen causando el deterioro ambiental. Los gobiernos piensan que no pueden hacer mucho porque los ciudadanos no respaldarían decisiones políticas que impliquen reducción del crecimiento, del empleo y del consumo. Los empresarios piensan que su objetivo es producir y vender según las demandas de los consumidores y conforme a las regulaciones que establezca el Estado, y que las empresas se adaptan a las decisiones que tomen esos otros: el Estado y los consumidores.
Lo tercero es que, quien superando los dos puntos anteriores entienda que debe hacer algo por su propia cuenta para enfrentar el problema, llega fácilmente a la conclusión de que tomar la iniciativa le implicará un costo muy alto,  que podría incluso impedirle a él mismo continuar en el futuro por la senda de la sustentabilidad. Se piensa que si un país se adelanta a los otros tomando medidas de protección ambiental consistentes, vería reducirse las inversiones y los flujos financieros no llegarían al país, con lo que su crecimiento se retrasaría y perdería las oportunidades que ofrecen los mercados y que serían aprovechadas por otros. Una empresa que se adelante a las otras tomando resguardos ambientales entenderá que sus costos de producción aumentarán y podrá perder competitividad. Un ciudadano que cuide el ambiente y comience a vivir conforme a criterios ecologistas tendrá que renunciar a muchos aspectos del bienestar que ofrece la sociedad, y al consumo de muchos bienes.
Lo cuarto es que, cuando alguien finalmente decide ‘hacer algo’ por su cuenta, se ve fuertemente desmotivado a persistir cuando son tantos los que piensan y le dicen que su acción particular no tendrá un efecto significativo que impacte realmente en la solución del problema. Esto lo hará concluir que persistir en su iniciativa asumiendo altos costos, sólo dará lugar a beneficios sociales muy pequeños e incluso insignificantes. Se piensa que el problema que afecta al medio ambiente y a la humanidad entera es tan gigantesco, tal ‘sistémico’, que frente a ello toda iniciativa y acción que se emprenda será infinitesimalmente pequeña, pudiendo tener un impacto irrelevante que no revertiría tendencias generales de dimensiones planetarias.
Podemos sintetizar los cuatro puntos mencionados en el hecho que todos rehuimos el sacrificio. Y existe la creencia generalizada en que actuar y vivir de modo de mejorar el ambiente, proteger la vida y salvar el planeta implica muchos y grandes sacrificios. Y, naturalmente, nadie quiere libremente sacrificarse. ¿Por qué sacrificarse si se piensa que los responsables (o culpables) son otros, si se cree que las iniciativas y acciones debieran ser emprendidas por otros, si se  teme que los costos en que se incurrirá son excesivos, y si se está convencido de que la propia acción tendrá efectos insignificantes frente a un problema ‘sistémico’ que parece irreversible?
Así, hemos encontrado respuesta a nuestra pregunta de por qué no pasa casi nada con el cuidado del planeta. Surge, en consecuencia, una nueva pregunta: ¿qué podemos hacer para remover esas causas de que no se emprendan iniciativas serias, durables y consistentes para detener el deterioro ambiental, los desequilibrios ecológicos y el cambio climático?
Ante todo, parece necesario modificar aquellas creencias y formas de pensar que inhiben la acción, y que en realidad son creencias falsas y formas erróneas de pensar.
Empecemos por la idea de que el problema, siendo de dimensiones planetarias y de alcance ‘sistémico’, es tan grande que cualquier acción que emprendamos para enfrentarlo es insignificante e ineficaz para revertir la situación y la tendencia predominante. La formulación más extrema de este pensamiento es la del Dr. James Lovelock, autor de la Teoría Gaia,  que postula que el planeta es un organismo vivo, compuesto por una red viviente de organismos que a través de su interacción conforman el delicado equilibrio de la biósfera, que se reproduce autorreferencialmente, que se autorregula para mantenerse en homeostasis, y que actúa y reacciona como un todo. Ha escrito recientemente este autor en su último libro, The Revenge of Gaia, que el clima extremo será la norma causando gran devastación; para el 2040 Europa se parecerá al Sahara y buena parte de Londres estará bajo el agua. Lovelock sostiene que ante ello no hay nada que hacer, que las acciones estilo “salva al planeta, dejando de usar bolsas de plástico”, o propuestas parecidas son una fantasía que nos han hecho creer para sentirnos mejor, pero no hacen una diferencia, porque es demasiado tarde, y que las políticas ‘verdes’, como el desarrollo sustentable, son sólo palabras que no aportan reales soluciones.
Pues bien, el pensamiento de Lovelock tiene escasa consistencia científica, expresa un punto de vista lineal típicamente reduccionista, y simplifica la realidad al proponer una teoría global a partir de hechos y aspectos particulares. Ese modo de pensar es una característica de las ideologías totalitarias y de algunas versiones sociológicas que postulan que toda la realidad social, económica, política y cultural está integrada funcionalmente y que cada aspecto de ella se encuentra marcado por un único rasgo esencial. Así, se desconoce la pluralidad y se hace imposible comprender la posibilidad de transformaciones estructurales que no sean ‘sistémicas’, esto es, globales y completas, y que se cumplan ‘de una vez’. Con dicho simplismo analítico se afirma, por ejemplo, que la economía de un país es enteramente capitalista, sin atender al hecho real y concreto de que en cualquier sociedad encontramos una diversidad de formas económicas, unas más desarrolladas y centrales que otras, y que el propio capitalismo tiene aplicaciones diferenciadas. En otro ejemplo, algunos ecologistas afirman que la especie humana es depredadora, en razón de lo cual el planeta se orienta inevitablemente al colapso ecológico; desconociendo que ha habido y hay pueblos y comunidades que progresan en armonía con la naturaleza.
El conocimiento comprensivo y el pensamiento complejo nos permiten comprender la diversidad y la complejidad de las estructuras y de los procesos reales, y ello hace posible generar iniciativas de transformación diversas, creativas, autónomas, que parten del análisis particular de las condiciones particulares en que vive y actúa cada persona, cada comunidad, cada país. Es así que las ciencias complejas y comprensivas integran al análisis de los temas ambientales dos datos fundamentales: la diversidad geográfica y ecológica del planeta, y la diversidad de culturas, de economías y de políticas, de racionalidades y de modos de vivir, que coexisten en la humanidad y en la tierra. Así se comprende que es simplista pensar el tema que aquí nos ocupa, considerando por un lado ‘el planeta’ y por otro ‘la especie humana’, como si fueran realidades ‘globales’, internamente no diferenciadas.
Yo invito a pensar que si el planeta es una esfera, como lo es, cada uno de nosotros se encuentra ‘en el centro del mundo’, y que cada uno en interacción con sus cercanos es responsable de los espacios en que se desenvuelve su vida y sobre los cuales recae su actuar. Cada lugar de la tierra es único y distinto a todos los otros lugares. Siendo el planeta tan diverso y variado, la verdad es que no sirven mucho las acciones ‘globales’. Lo que se requiere es exactamente lo contrario: una multiplicidad de iniciativas y de acciones particulares, locales, diversas, desplegadas con la máxima descentralización, de modo que en cada lugar o territorio donde se encuentre asentada una persona, una familia, una comunidad, un país, ellos mismas se hagan cargo de su propio ambiente y de las condiciones y circunstancias ecológicas en que se desenvuelve su vida. Dicho más concretamente, cada uno es responsable de la ecología en su casa, en barrio, en su Comuna, en su territorio.
De este modo superamos otro de los errores y modos de pensar que inhiben la acción, a saber, la creencia en que son ‘otros’ los que han de responsabilizare de los problemas que nos afectan. Cualquiera sea la causa, cualquiera sea el culpable de un problema ambiental que afecta la vida de una localidad, es a los miembros de esa misma localidad, y a todos los afectados por esa situación particular, a quienes les compete primeramente hacerse cargo y actuar consistentemente para revertir los problemas que detecte y restablecer el equilibrio perdido.
De un modo similar, respecto a los más grandes problemas que afectan al planeta y a la creencia de que los ‘culpables’ de ellos son las grandes empresas y corporaciones, o los Estados y los poderosos, también cada uno de nosotros tiene mucha responsabilidad y culpa que asumir. Porque es un hecho que a las grandes empresas y corporaciones las sostenemos los consumidores cada vez que optamos por comprar sus productos y que les entregamos nuestro dinero. Y a los gobiernos y sus políticas de crecimiento y concentración del poder las sostenemos los ciudadanos que delegamos en ellos decisiones que debieran ser nuestras, y cuando les exigimos que resuelvan nuestros problemas del modo ostentoso y dispendioso en que el Estado suele hacerlo, y cuando elegimos a gobernantes obsecuentes al darles nuestro voto.
Llegamos así, a la última de las creencias erróneas que inhiben la acción de muchos. La percepción del sacrificio en que han de incurrir los que deciden actuar, mientras ‘los otros’ no hacen nada por enfrentar la situación. Sacrificio que se teme, que no se asume y que se evita especialmente si se piensa que es injusto, estéril e ineficaz.  Pienso que éste es un asunto crucial, que merece la más atenta reflexión y un cuidadoso análisis.
Lo primero que hay que preguntarse es: ¿cuál es, y cómo es, el sacrificio implicado en la decisión personal, o familiar, o comunitaria, o nacional, de la opción que se haga por cambiar el rumbo y dejar de deteriorar el planeta?
Tanto a nivel personal como a nivel social, lo que se requiere es un cambio en el modo de vivir, que si se considera en términos del sacrificio, implica disminuir el consumo de cierta cantidad de bienes de origen industrial cuya producción es muy intensiva en el empleo de recursos no renovables y de energías contaminantes. A personas y a grupos muy integrados en la vida moderna este sacrificio puede parecerles que es muy grande; a una gran mayoría de quienes gozan de menos privilegios y de un reducido acceso al consumo, ese sacrificio debiera resultarles bastante pequeño, a no ser que aspiren desesperadamente a integrarse también al consumismo.
Pero ambas situaciones deben ser examinadas considerando y haciendo pesar en la balanza de los costos y de los beneficios, lo que implica estar integrados a las dinámicas del consumo moderno en términos del dinero que se debe necesariamente ganar y gastar para lograrlo, del endeudamiento en que se suele incurrir, del estrés y otros problemas de salud física y mental asociados al ritmo del consumismo, y de todo aquello a que se acostumbra renunciar en aras de mantenerse ‘actualizados’ con las novedades del mercado, a saber, descuido de la vida familiar, reducción del tiempo disponible para el ocio, las artes y la reflexión, aislamiento y escasa participación en la convivencia comunitaria, etc. La verdad es que los sufrimientos humanos que ocurren en el actual modo de organización de la vida son inconmensurables, y qué decir de los realmente aterradores que provocan periódicamente los desastres generados por la crisis ambiental.
Pero además, no se trata solamente de renunciar a ciertos modos de consumir y de vivir, sino de sustituirlos por otros modos de vivir y de satisfacer las necesidades, que pueden ser incomparablemente mejores en términos de la felicidad que proporcionan y de la calidad de vida a que pueden conducir. En efecto, la cercanía y contacto con la naturaleza proporciona placeres muy especiales, una alimentación sana es fuente de salud, el cultivo de la amistad y de la convivencia comunitaria puede ser fuente de muchas alegrías, la combinación del estudio con el trabajo autónomo y asociado es motivo de permanente desarrollo personal, una dedicación más activa a la lectura, a las artes, a la cultura y a los valores espirituales conduce a las más elevadas satisfacciones interiores.
La opción por un buen vivir en relación armónica con la naturaleza, en convivencia con una comunidad de amigos y vecinos, con énfasis en la cultura, el conocimiento y el desarrollo personal y espiritual, es un camino pleno de satisfacciones, alegrías y felicidad, que no proporcionan los bienes y las baratijas que ofrecen con exceso, agresiva e inmoderadamente las industrias y el mercado. Bienes a los que, por lo demás, no se trata de que haya que renunciar completamente, sino sólo en la medida de lo que desde un buen vivir como el descrito se llega a considerar prescindible, innecesario o superfluo.
Visto así, el sacrificio implicado se descubre que es realmente menor en comparación a los beneficios que se pueden obtener cambiando hacia los modos de vivir correspondientes a lo que podemos entender como una nueva y mejor civilización humana.
¿Se dirá que somos pocos los que tomamos esta opción mientras la mayoría persiste en sus maneras de consumir, de relacionarse y de comportarse? La tarea es atraerlos, convencerlos, mostrándoles ante todo que se puede vivir mejor, en un ambiente más sano física, mental y espiritualmente.
Los poderosos y los ricos difícilmente harán algo serio y consistente para enfrentar el deterioro de planeta, porque piensan que ellos están protegidos por su poder y su riqueza, y que en el peor de los casos, serán los últimos en ser afectados. No cabe por tanto esperar que sean ellos, los poderosos de la política y de la economía, quienes inicien o encabecen las acciones tendientes a enfrentarlos. Y es por eso que es preciso optar, cada uno, cambiando modo de vida, empezando a vivir como se vivirá en la nueva civilización, que es sin duda un modo de vida mejor que el que predomina actualmente.
Superados los temores y provistos de un conocimiento comprensivo y de un pensamiento complejo, optando por ese buen vivir, iremos construyendo economías solidarias, desarrollos locales, ambientes saludables, nuevos modos de desarrollo, que irán abriendo caminos hacia una nueva civilización, creativa, autónoma y solidaria, pluralista y multifacética, social y ambientalmente sustentable.
Univérsitas Nueva Civilización / El Ciudadano

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