Los tiempos que corren



Por Marco Antonio de la Parra. 
El tiempo ya no es lo que era. La temporalidad, es decir, la vivencia humana del tiempo, se ha alterado violentamente con los cambios tecnológicos.
Cuando éramos niños se nos decía que las nuevas tecnologías y la robótica nos darían más ocio y más libertad. Hemos visto que ha sucedido exactamente lo contrario. Leyendo a Carmen Leccardi, socióloga italiana, comprobamos el desprestigio del pasado, la aniquilación del futuro a mediano o largo plazo y la hipertrofia del presente como urgencia quemante, con la sensación estresante de que “hay tanto que hacer” y de que hay que hacerlo hoy, pues el futuro se ha visto incierto, inasible, cambiante, si no mutante, y altamente desconfiable.

La aceleración de los hábitos golpea a las nuevas generaciones y hace que no nos entendamos. Los que crecimos pensando que el pasado era memoria y experiencia, que el presente era el momento para forjar nuestro futuro y el futuro un proyecto a realizar, dialogamos y mal con una generación de jóvenes que Leccardi llama de “biografías sin proyecto”, de vidas aceleradas excepto en una curiosa desaceleración en la entrada a la vida adulta, “sin apuro por crecer”, dilatando adolescencia y juventud lo más posible, cambiando de estudios, puestos de trabajo y parejas, privilegiando calidad de vida antes que carrera hacia el futuro que ya no les representa más que un espejismo desconfiable.
Esta carencia de futuro, termina por desacreditar la política, siempre de grandes discursos (los que trituró la postmodernidad) y con planes a largo plazo (destruidos por la temporalidad de estos tiempos hipermodernos), sacrificando la responsabilidad (que requiere del compromiso a largo plazo) y cediendo a la simpatía en lugar de las ideas y la convocatoria por figuración en lugar de las propuestas.
Todo nuestro debate sobre “¿qué vas a hacer con tu vida?”, les importa un bledo. Están en el hiperpresente y de ahí no quieren salir. La adultez los saca del video juego, los empuja a cuidar el trabajo, los extrae de su contemplación y su gusto por la juerga o el devaneo entre trabajo, estudio, fiesta y viajes según la suerte de cada uno.
Las mujeres, gracias a/o con la maldición de su reloj biológico, rompen esta desaceleración y recuperan el deseo de ser adultas. Han postergado la maternidad hasta el agotamiento y se dan cuenta de pronto que sus parejas coetáneas son adolescentes eternos que no sueltan el playstation. Solas, luchadoras, denunciando la explotación en el empleo con jornadas infinitas, están intentando modificar esta tarea imposible de madurar. Pero el futuro que se diluye como arena entre los dedos, no las deja pensar y llegan tarde y sus compañeros ni siquiera llegan.
Encima, esta carencia de futuro, termina por desacreditar la política, siempre de grandes discursos (los que trituró la postmodernidad) y con planes a largo plazo (destruidos por la temporalidad de estos tiempos hipermodernos), sacrificando la responsabilidad (que requiere del compromiso a largo plazo) y cediendo a la simpatía en lugar de las ideas y la convocatoria por figuración en lugar de las propuestas.
La moral, la ética, también se ven afectadas. No hay tiempo ante el cual responder ni tradición que marque tendencias y diferencias entre el bien y el mal.
En este mundo de gran aceleración vivimos y lo más grave no es la calidad del presente, hinchado de instantaneidad y obsolescencia prematura, sino la destrucción de la idea de futuro. Todo es breve e intenso y lo extenso y duradero no se ve por ninguna parte. El carisma se impone a la filosofía y un minuto en televisión es una eternidad en que se decide una elección presidencial. Las malas noticias duran menos de una semana y el consumo se convierte en el instante gozosos aunque lo consumido quede tirado esperando un nuevo mordisco al sistema a partir del crédito cada vez más blando que remplazó al ahorro.
¿Qué hacer?
Aprender a moverse sobre este tiempo resbaladizo, pensar de nuevo una temporalidad fresca, quizás más divertida, y rescatar el futuro en garras de los cambios tecnológicos de alta velocidad. Aprender de las mujeres de nuestro tiempo y comprender mejor la situación de los jóvenes, estresados desde temprano en este vértigo insufrible del presente eterno con el pie en el acelerador.
El futuro no es lo que era. Y cada vez es más sutil. Pronto desaparecerá. Hay que ir a su rescate. Hay que colocarlo en su sitio. Hay que escuchar atentamente la memoria de las generaciones que nos vamos. Y saber descifrar las claves de este nuevo mundo al cual el perdimos la vista de tanto subirnos andando y sujetos en la pisadera. Esto no se detiene. Esto requiere pensar. Pero pensar es pausa. Y hay tanto que hacer. Y ahora mismo…
Fuente: La Nación.cl  -  Publicado en el Boletin de Ecosistemas.cl -  Imagenes: elrincondesofista.wordpress.com-infobae.com

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