Reflexiones Ecosistémicas sobre Bosques y Plantaciones







Por: Juan Pablo Orrego S.

ECOSISTEMAS



Los días 3 y 4 de abril de este año asistimos al Seminario “Plantaciones Forestales y Bosque Nativo” organizado por el Centro de Estudios Públicos, y convocado por Eliodoro Matte y Douglas Tompkins. En este encuentro, varios de los panelistas relacionados con el sector forestal, en particular Fernando Raga, vicepresidente de la Corporación Chilena de la Madera (CORMA), considerado su ideólogo, fueron muy insistentes con la idea que en términos de las diferencias ecosistémicas entre bosques y plantaciones sólo existe un ‘gradiente’, concepto en torno al cual reflexionamos a continuación.

Sabemos que no existe discontinuidad entre los ecosistemas del planeta Tierra, dado que de innumerables maneras todos ellos están íntimamente interconectados e interrelacionados, y que en su conjunto conforman el macro-ecosistema biosfera. Ésta, a su vez, tampoco termina ahí, ya que es parte de un ‘eco-sistema’ mayor, constituido por nuestro sistema solar, centrado en el Sol, fuente de toda la vida en el planeta Tierra a pesar de estar localizado aproximadamente a 100 millones de kilómetros de distancia de nosotros. Por lo tanto, en términos estrictos, los ecosistemas terrestres no tienen una existencia acotada real, son unidades abstractas visualizadas por nosotros con fines analíticos. En este sentido es verdad que entre bosques y plantaciones no hay una ‘discontinuidad’ y que se puede hablar de la existencia de un gradiente ecosistémico entre ellos. El punto es que el sector maderero tiende a abusar del concepto para instalar la idea que ambos ecosistemas no son muy diferentes entre sí. Ante esto, es fundamental aclarar que, en todo caso, los bosques primarios y las plantaciones, en términos ecológicos, se ubicarían en los extremos polares del gradiente planteado. En efecto, los bosques son sistemas naturales auto-sustentados, longevos y de una complejidad infinita. Las plantaciones son ‘artefactos’: ecosistemas artificiales simples (mono-específicos o constituidos por clones de un sólo ejemplar, y mono-etáreos), creados, y luego manejados por el ser humano durante su corta existencia. Las diferencias entre ambos ecosistemas son demasiado numerosas y profundas para descartarlas livianamente. Si queremos aprender, tanto sobre los bosques, como sobre las plantaciones no podemos permitirnos la confusión que crea la idea del gradiente al ser conceptualizada en forma poco reflexiva por la urgencia de levantar una racionalización que permita defender las plantaciones.

Una fundamental diferencia entre ambos ecosistemas es la homeostasis -estado de equilibrio dinámico- que puede alcanzar un bosque primario, templado o tropical, prácticamente a perpetuidad, sustentada en la alta diversidad y complejidad de la comunidad biótica que lo constituye. Estos ecosistemas ‘maduros’ se caracterizan por tener una rica trama de productores -plantas y otros organismos fotosintéticos- que sustentan varios niveles de consumidores -herbívoros, carnívoros, omnívoros y organismos descomponedores- en la cadena trófica; cada nivel conformado por muchas especies con números no tan altos de individuos. Por ejemplo, los expertos estiman que la selva tropical lluviosa, que constituye el cinturón boscoso ecuatorial del planeta Tierra, tiene una continuidad temporal de unos 60 millones de años, es decir, ha mantenido básicamente la misma estructura durante todo este período, hasta hace sólo unas décadas, cuando el homo no-sapiens comenzó a destruirlo en forma sistemática, haciendo caso omiso de las vitales funciones que este ecosistema le brinda (¿brindaba?) a la biosfera, incluyendo a la humanidad. Esta notable homeostasis a la que nos referimos es, justamente, resiliente, es decir le permite a los ecosistemas, y a macro-ecosistemas como este cinturón tropical lluvioso del planeta Tierra, resistir, y recuperarse de perturbaciones severas tales como incendios, sequías, pestes… y todo esto sin ninguna intervención humana. Este sí que es un ejemplo de sustentabilidad, y cabe hacer notar que sólo la naturaleza en este planeta parece lograrla.

Por el contrario, una plantación necesita ser constantemente monitoreada, manejada, podada y fumigada, para que, luego de unos quince años, sea cosechada por tala rasa toda su producción neta, con lo cual, de hecho, se está impidiendo el proceso natural de sucesión ecológica, manteniendo artificialmente el ecosistema en una fase sucesional juvenil, aparte de mono-específica y mono-etárea.

Los ecosistemas degradados tienen una cadena trófica truncada, con menos niveles; cada nivel conformado por pocas especies con gran cantidad de individuos. Los ecosistemas agrícolas son casos especiales, que entregan una cosecha de producción neta mayor que lo normal para los herbívoros, así como para el ser humano y los animales que proveen carne para los humanos. Eso sí, la ilusoria estabilidad de los ecosistemas artificiales es mantenida con el constante aporte, a través de manos humanas, de energía en la forma de prácticas de cultivo, limpias de terrenos, raleo, poda, etc., e insumos tales como pesticidas y fertilizantes. De hecho, la mejor prueba de la realidad ecológica de la sucesión es que una plantación abandonada a su suerte por el ser humano volverá a comenzar su búsqueda de complejidad y diversidad, y con el paso del tiempo irá siendo ‘invadida’ por la naturaleza, para transformarse, eventualmente, puede tomar décadas, en un ecosistema natural homeostático.

Y respecto al uso de la energía, un tema imposible más álgido hoy en día, los ecosistemas maduros, tales como los bosques, también pueden darnos una tremenda y vital lección, si es que estamos dispuestos a recibirla y aplicarla a nuestros modelos de desarrollo. Es notable que en términos energéticos los bosques maduros, así como otros ecosistemas similares, constituyan los sistemas más eficientes de la biosfera. Es decir, en ellos, una menor cantidad de energía fluye por unidad de biomasa; dicho en otras palabras, menos energía es necesaria para mantener la estructura y organización del ecosistema. Como decíamos, los bosques sustentan varios niveles de consumidores en su cadena trófica, y se ha comprobado que en forma estable, entre el 10 al 20 por ciento de la energía de cada nivel trófico fluye al siguiente. La compleja estructura ecosistémica regula el tamaño de las poblaciones de las distintas especies de productores y consumidores que lo conforman, manteniéndose el mismo patrón de distribución de la energía en el sistema de año a año.

Los expertos han comprobado que los ecosistemas maduros representan el modo más eficiente de utilizar los recursos de un lugar para el mantenimiento de una compleja y diversa trama de vida en armonía con los ecosistemas aledaños. Estos son, por supuesto, los ecosistemas que han predominado durante los últimos milenios en el planeta Tierra y que han sustentado la actual biosfera que ha ofrecido un hogar a la raza humana; hogar que estamos destrozando a nuestro propio riesgo. Incomprensiblemente nos hemos trasformado en un agente entrópico neto para la biosfera, generando un encadenamiento a gran escala de efectos negativos para la trama de la vida, que cada día que pasa se hacen más evidentes. La masiva miseria y sufrimiento de los seres humanos es tan sólo una de las consecuencias de este extraño fenómeno natural del cual somos actualmente el actor principal, y que puede llegar a ser equivalente, en forma diferida en el tiempo, al impacto del asteroide que hace 60 millones de años aniquiló casi completamente la biosfera anterior, dinosaurios incluidos. Esta extinción masiva de la vida, sin embargo, permitió el surgimiento de los mamíferos, entre ellos los humanos, así es que estos dramáticos ‘descansos termodinámicos’ de la biosfera también pueden ser percibidos como oportunidades para el renacimiento y la renovación.

Otras diferencias entre los ecosistemas primarios, maduros o clímax, y los artificiales, también son muy importantes y tienen que ver justamente con la sinergia que generan los primeros y la entropía que generan los segundos. En este sentido, llama la atención que en el seminario del CEP los forestales chilenos hicieran prácticamente nula mención de las funciones ecológicas o ecosistémicas de los bosques, lo que justamente permite crear la ilusión que éstos y las plantaciones son ecosistemas muy cercanos en esta supuestamente estrecha ‘gradiente ecosistémica’ planteada por el sector.

Las funciones ecosistémicas de los bosques primarios abarcan desde el sutil efecto mecánico de las hojas de los árboles que disgregan las gotas de lluvia para morigerar la erosión hídrica de los suelos, a funciones tan fundamentales para toda la biosfera como:

a) la fotosíntesis, realizada exclusivamente por plantas y fitoplancton, que es la única vía de ingreso de la energía solar a todo el sistema biosfera o ecósfera;
b) la regulación de gases atmosféricos, emisión de oxígeno, sumidero de dióxido de carbono (gas ‘invernadero’);
c) la regulación de la temperatura superficial del planeta (albedo de las hojas de los vegetales y de las nubes formadas por la evapotranspiración a través de la plantas), y regulación del sistema climático del planeta en general por absorción de CO2;
d) la regulación de los ciclos hidrológicos; el corto (continental) y el largo (atmosférico);
e) la creación de infinitos nichos o hábitats para infinitas formas de vida; lo que incluye la producción de innumerables materiales, tales como la madera, así como semillas, frutos y substancias medicinales, que son utilizados por la mayor parte de las especies de todos los reinos, de muy diversas maneras.
f) la generación y retención de suelos fértiles;
g) la protección de especies y ecosistemas ante episodios eólicos y otros fenómenos naturales de alta intensidad;
h) la creación de belleza escénica, con importantes connotaciones en los ámbitos de la cultura, de la espiritualidad, de la calidad de vida de los seres humanos, de la recreación, y el turismo, entre otros.

Los bosques, por lo tanto, son ecosistemas sinérgicos, no solamente para sí mismos sino para toda la biosfera. En otras palabras son ecosistemas que sólo le entregan beneficios a los seres humanos y a todas las otras formas de vida que pueblan el planeta Tierra. No tienen absolutamente ningún impacto negativo sobre el entorno biosférico.

Las plantaciones no ofrecen estas funciones ecosistémicas y servicios ambientales, o, dicho de otro modo, dependiendo de las extensiones plantadas, de la escasa o nula diversidad de especies de la plantación, y de la forma de manejo de la misma, entregan estos servicios vitales en forma extremadamente limitada. En los hechos, más bien entorpecen la sinergia biosférica de muchas maneras. En general, las plantaciones son ecosistemas entrópicos: consumen sinergia del entorno y demandan insumos (petroquímicos) que dejan una extensa huella ecológica negativa, que abarca desde la extracción de las materias primas, a su elaboración y utilización.

Fernando Raga plantea que las plantaciones tienen impactos positivos, tales como la creación de hábitats para otra vida silvestre, protección de suelos, mejoramiento del paisaje, y otros. Sin embargo, para poder afirmar esto el Sr. Raga, en primer lugar, soslaya el hecho que estas plantaciones no permanecen en el tiempo; de hecho, su tiempo de residencia en escala temporal geológica simplemente no es, no existe, y, por lo tanto, los supuestos impactos positivos de las plantaciones durante su fase de crecimiento son sobrepasados con creces por los severos impactos negativos de la tala rasa que destruye por completo el ecosistema artificial, impacto al que hay que sumar todos aquellos producidos por la maquinaria utilizada para tal efecto, camiones, grúas, motosierras, las emisiones, quema de combustibles, el arrastre de los troncos, etc. Lo mismo se puede decir respecto de la función de sumidero de carbono de las plantaciones que es contrarrestada también con creces por las emisiones de toda la maquinaria utilizada durante el manejo y tala de la plantación, pero sobre todo por las emisiones de las plantas de celulosa, que además producen efluentes que provocan gravísimos impactos ecosistémicos, incluyendo, por supuesto aquellos en la salud de los seres humanos.

Necesariamente hay que considerar los impactos ambientales negativos de la industria de la celulosa como una consecuencia de las plantaciones, o un impacto adicional de éstas, dado que esta controvertida industria es el propósito de las plantaciones; es obvio que las plantaciones no son un fin en sí mismas.

A modo de conclusión: necesitamos mirar con mucha mayor atención y profundidad las funciones ecosistémicas de los bosques, así como los impactos negativos de las plantaciones para que nuestra evaluación de ambos ecosistemas sea más ecuánime. Tal como estableció Gregory Bateson “las ausencias también son causas.” Es decir, en términos biosféricos, también hay que sumar a los impactos concretos y visibles de las plantaciones la ausencia o desaparición de las funciones ecosistémicas de los bosques que en muchos casos podrían existir en el lugar de las plantaciones.

Me parece también peligroso comparar las plantaciones con ‘lo peor’, tal como hace el Sr. Raga, es decir, compararlas con ecosistemas aún más degradados o aparentemente más simples… De hecho, muchos ecosistemas naturales, que pueden ser erróneamente percibidos como más simples, o más ‘vacíos’, tales como los humedales, o muchos ecosistemas fríos, o semi-áridos, ante una inspección más atenta revelan extraordinarias comunidades bióticas e innumerables funciones ecosistémicas vitales para toda la biosfera que son invisibles ante una mirada superficial.

Debemos comparar las plantaciones con los mejores ejemplos de bosques primarios y aplicar ese diseño natural y esa lógica para minimizar los impactos negativos de las plantaciones. Además debemos limitar en forma estricta las extensiones de las plantaciones y prohibir terminantemente la sustitución de bosques por éstas. Es más, por el bien de la biosfera, que incluye a los humanos, todos los países del mundo debieran adoptar enérgicas políticas de restauración de los bosques nativos y de los ecosistemas naturales en general.

Y definitivamente, en el sector forestal, tal como sucede con muchos otros sectores, el tema de fondo es el de la demanda, del manejo por el lado de la demanda, muy similar a lo que ocurre con la electricidad. Rescatando el planteamiento del sector forestal en el sentido que es mejor que muchos productos forestales provengan de plantaciones que de bosques nativos, es, sin embargo, necesario subrayar que muchos productos madereros, particularmente la celulosa, y su derivado el papel, tal como la electricidad, no son fines en sí mismos, son medios para proveer servicios, por lo tanto no debieran tener una connotación exclusivamente comercial, tal como sucede actualmente. Es decir, su producción no debiera estar planteada como un negocio que busca un crecimiento infinito, sino como un servicio público que tiene elevados costos ambientales, y esto no por moda o ideología, sino porque los impactos ecológicos negativos de su producción y procesamiento son demasiado severos. El sector forestal, por lo tanto, como otros, debiera fomentar en los usuarios una cultura para un uso apropiado de los productos madereros, en el cual el reciclaje juega un rol fundamental. Sin embargo, el reciclaje de cantidades fenomenales de papel, por ejemplo, termina ‘pisándose la cola’ en términos del consumo de energía y de contaminación, así es que siempre el tema de fondo son los límites de la producción y el consumo. Y, justamente, los indicadores que podrían no prestarse tan fácilmente a distorsiones ideológicas son los ambientales o ecológicos. Necesitamos limitar la producción demanda y consumo de estos productos en base a una estimación exhaustiva de la capacidad de carga de los ecosistemas naturales cuyo mosaico interdependiente constituye la ecósfera.

Pero, si no tenemos la motivación y, por lo tanto, no somos capaces de evaluar correctamente las capacidades de carga de los ecosistemas, e incluso de bioregiones, y sus funciones ecosistémicas, así como de asumir objetivamente los impactos negativos de las plantaciones, nunca desarrollaremos estas vitales herramientas y seguiremos ‘desarrollándonos’ como si no hubiera mañana, con lo que en la práctica lo que estamos haciendo es destruirlo.

25-6-06

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