Destruyendo con una mano, tomando con la otra: biomasa, REDD y bosques








Los bosques son gran noticia por estos días. Evitar la deforestación nos ayudará a enfrentar el cambio climático (al menos si el carbono almacenado en los bosques no se comercializa, permitiendo que las emisiones continúen en otro lugar). Aún así, los bosques nunca antes corrieron una amenaza tan grave.
Reducir la deforestación es una buena idea. Detenerla por completo sería mejor. Pagar a los Pueblos Indígenas y comunidades locales que protegen los bosques sería aún mejor. Se supone que ésa es la idea en la que se basa el Nuevo Gran Plan para salvar los bosques: REDD (reducción de las emisiones provocadas por la deforestación y la degradación de los bosques). Pero entonces, ¿por qué REDD no intenta ocuparse de las causas de la deforestación?
Como lo ha señalado reiteradamente el WRM, una de las amenazas más graves y ocultas para los bosques proviene de las plantaciones industriales de árboles. La actual obsesión con todo lo que tiene que ver con el carbono, sumada a que la ONU no diferencia los bosques de las plantaciones, constituye el mayor incentivo de todos los tiempos para talar los bosques y reemplazarlos por plantaciones.
Una gran parte de dicha amenaza tiene su origen en una falsa solución al cambio climático: las plantaciones de biomasa. Según el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático la madera es considerada “carbono biogénico”, el cual forma “parte del equilibrio natural del carbono no aumentará la concentración de dióxido de carbono en la atmósfera.” Pero como resultado de esta contabilidad creativa, las centrales energéticas a base de biomasa florecen como hongos después de la lluvia. China planea construir plantas de este tipo para generar 30.000 MW de aquí a 2020. El Sudeste de los EE.UU. ha sido llamado la “Arabia Saudita de la biomasa”. Gran parte de esta expansión está destinada a alimentar empresas europeas de servicios públicos, que de ahora a 2020 deben producir el 20 por ciento de su energía a partir de “fuentes renovables”.
A medida que los árboles crecen, absorben carbono. Hasta ahí, todo está bien. Pero los proponentes de la biomasa pasan por alto el hecho de que quemar madera libera dióxido de carbono, así como la industria del papel y la celulosa ignora el hecho de que hacer pasta de madera para producir papel también genera cantidades masivas de dióxido de carbono.
Claro que si se replantan, los árboles absorberán dióxido de carbono. Pero incluso con los árboles de crecimiento más rápido, como los eucaliptos, es necesario esperar de cinco a siete años para que absorban el dióxido de carbono liberado por la combustión de la madera. Si vamos a tratar de evitar un cambio climático descontrolado y peligroso, lo último que necesitamos es una demora de cinco a siete años. En Europa y EE.UU. los árboles crecen más lentamente y, por lo tanto, demoran más tiempo en absorber el carbono.
Un informe de mayo de 2009 publicado por la revista Science, escrito por Marshall Wise y sus colegas de la Universidad de Maryland, compara dos posibles escenarios futuros: uno donde todas las emisiones de carbono están gravadas (incluso las emisiones provocadas por el cambio del uso de la tierra) y otro donde sólo se gravan las emisiones de los combustibles fósiles y las emisiones industriales de carbono. Esta última opción es el resultado lógico de considerar la biomasa como “carbono biogénico” y así ignorar el dióxido de carbono emitido cuando se la quema. El resultado de esto sería que “prácticamente toda la tierra que no se necesita para cultivar alimentos y productos del bosque sería utilizada para cultivar bioenergía”. Un gráfico del artículo muestra que para 2065 todos los bosques no manejados, montes, praderas así como pasturas no explotadas del mundo se convertirían en plantaciones de bioenergía.
Los autores comentan con ironía que “En realidad es difícil imaginar una deforestación a tan gran escala, porque cuesta imaginar que la sociedad encuentre aceptable este resultado.”
La provincia de Riau, ubicada en la isla indonesia de Sumatra, provee precisamente un ejemplo de tal “deforestación a gran escala”. Veinte años atrás, el 80 por ciento de la provincia estaba cubierto de bosques. Ahora, sólo queda el 30 por ciento. Dos empresas de papel y celulosa han provocado esa deforestación: Asia Pulp and Paper (APP) y Asia Pacific Resources International (APRIL). Los dueños de estas empresas (los conglomerados Sinar Mas y Raja Garuda Mas respectivamente) también han invertido en enormes plantaciones de palma aceitera, provocando una destrucción aún mayor del bosque. Uno de los factores que provoca la expansión de las plantaciones de palma aceitera es la demanda europea de bioenergía.
Al gobierno indonesio le gusta el sistema REDD, sobre todo porque espera ganar millones de dólares con el financiamiento obtenido a través de este mecanismo. Los países del Norte también se inclinan a financiar los mecanismos REDD en Indonesia, especialmente porque eso les permitiría dar una fachada verde a la extracción continua de petróleo. Por ejemplo, la empresa noruega StatoilHydro está desarrollando proyectos petrolíferos en Indonesia. Mientras tanto, el embajador noruego en Indonesia, Eivind Homme, puede afirmar que “Noruega financia el programa REDD de la ONU en Indonesia, uno de los proyectos piloto sobre cambio climático.”
Indonesia fue el primer país del mundo que legisló sobre las inversiones REDD. Pero a comienzos de este año, el mismo gobierno indonesio decidió permitir la expansión de las plantaciones de palma aceitera en las turberas. Para cultivar palmas o árboles para celulosa en las turberas es necesario desmontar y drenar la tierra, lo cual libera millones de toneladas de CO2 en la atmósfera. Las autoridades también permiten a las empresas de celulosa talar los bosques nativos y hacen la vista gorda cuando utilizan madera ilegal.
¿Se ocupará REDD de esta destrucción? No, a juzgar por lo que se ha avanzado hasta ahora. En Guyana, el Presidente Bharrat Jagdeo asegura a la industria que su Estrategia de Desarrollo Baja en Carbono no afectará las actividades de las empresas madereras, las compañías mineras o los planes de construcción de rutas a través de zonas de bosque. En Papúa Nueva Guinea, el gobierno hace poco o nada por evitar la destrucción causada por la tala industrial o las plantaciones de palma aceitera, al tiempo que permite a una serie de empresas firmar con los aldeanos turbios contratos de comercialización de carbono forestal para futuros proyectos REDD.
A menos que REDD se ocupe de la destrucción causada por la tala y las plantaciones (ya sea para bioenergía, palma aceitera o celulosa), no logrará detener la deforestación. Y mientras la definición de bosques de la ONU no diferencie los bosques de las plantaciones, no hay posibilidad de que esto suceda.
Chris Lang, http://chrislang.org
Boletin N 145 del WRM

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